Los empresarios, el Rey, el Presidente
Los empresarios se quejaron al Rey, le plantearon cambios económicos y políticos, lo que provocó la posterior reunión con el Presidente, Rodriguez Zapatero: El pasado 15 de noviembre unos 60 expertos y líderes empresariales reunidos por la Fundación Everis acudieron al Palacio de la Zarzuela para presentar al Rey la «Declaración TransformaEspaña», con la que pretenden contribuir a sentar las bases de la España del futuro tras analizar la situaciónactual del país.
El ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, señala, días después, que «no está bien enviado», porque deberían habérselo entregado al presidente del Ejecutivo «que es el que gobierna el país».
«Ese papel que han enviado algunos empresarios al Rey no creo que esté bien enviado. En mi opinión, si tienen algo que decir, tienen que decírselo al presidente del Gobierno, que es el que gobierna el país. Punto», ha declarado en una entrevista en el programa de TVE «59 segundos».
Mes: noviembre 2010
Vivir y morir dignamente
«Todos los seres humanos aspiran a vivir dignamente. (…) Pero la muerte también forma parte de la vida. Una vida digna requiere una muerte digna». Esta reflexión, recogida en el preámbulo de la ley de muerte digna andaluza, resume el espíritu de la norma que aprobó el pasado mes de marzo el Parlamento autónomo con el apoyo de todos los grupos políticos parlamentarios.
La norma andaluza regula el derecho a recibir sedaciones paliativas, aunque puedan acortar la vida, una práctica recomendada en textos europeos y estatales pero que se elevó por primera vez en España a la categoría de derecho en esta norma, que incluso establece el derecho a recibir estos cuidados a domicilio. La norma garantiza también la cobertura jurídica a los profesionales que atienden a los enfermos terminales, lo que supuestamente debe evitar que se repitan situaciones como las vividas en el hospital de Leganés (Madrid) por la actuación del Gobierno regional de Esperanza Aguirre.
Su objetivo es reconocer el derecho a fallecer sin dolor y con respeto a la intimidad del enfermo; validar su voluntad, expresada a través de instrumentos como el testamento vital; y regular el papel de la familia en caso de que no esté en condiciones de expresarse. La ley, prevista para marzo, determinará asimismo la extensión del sistema de cuidados paliativos, y de este modo dará seguridad al personal sanitario mediante la indicación de los derechos y obligaciones que les corresponden.
Turbulencias económicas europeas
La sociedad de los intérpretes DANIEL INNERARITY
Nos hemos acostumbrado a entender el mundo como algo inmediato, disponible y de fácil acceso. El discurso habitual acerca de la sociedad del conocimiento y de la información entiende la sociedad en términos de circulación de bienes y datos, cuya apropiación no es problemática. La ideología dominante es la transparencia comunicativa y reproductiva, como si para la lectura correcta de los datos bastara un código correspondiente. Este modo de pensar tiende a menospreciar el momento de interpretación que hay en todo conocimiento, favorece los saberes científicos y fácilmente traducibles en aparatos tecnológicos, la rentabilidad económica inmediata, mientras que infravalora otro tipo de conocimientos como los artísticos, intuitivos, prácticos o relacionales. Conviene examinar este asunto porque no nos jugamos aquí tan solo el porvenir de las humanidades, sino el destino de nuestras comunidades políticas.
Este desencuentro entre las ciencias y las letras -por decirlo con una contraposición antigua pero que todos entendemos- se podría traducir en la oposición de la ciencia económica de los datos y el arte político de la interpretación. Contra la reducción de la comunicación a mera elaboración de información, contra una revolución digital entendida como mera inversión en tecnología o la sociedad de la información como una sociedad de las máquinas, el acento puesto en la interpretación subraya el elemento activo y complejo de todo conocimiento. Este es el verdadero desafío de nuestro tiempo: interpretar para obtener experiencias a partir de los datos y sentido a partir de los discursos. Y es aquí donde las ciencias humanas y sociales se hacen valer como especialistas de sentido, como saberes que producen y evalúan significación.
Hay un lugar común que pone todas las expectativas de progreso colectivo en el desarrollo de un conocimiento entendido a partir del modelo de la exactitud científica y la practicidad tecnológica. Pero lo cierto es que la mayor parte de nuestros actuales debates no giran en torno a datos e informaciones sino sobre su sentido y pertinencia, es decir, acerca de cómo debemos interpretarlos, sobre lo que es deseable, justo, legítimo o conveniente.
Jugando a profetizar, Ray Kurz-weil aseguraba que en 2048 nuestro buzón recibirá un millón de mails cada día, pero un asistente virtual los gestionará sin que tengamos que preocuparnos. Sería incluso posible que unos nanorreceptores-transmisores conectaran directamente nuestras sinapsis con unas supermáquinas que nos harían capaces de pensar un millón de veces más rápido. El problema es qué querrá decir «pensar» en tales condiciones. Contra la reducción de la inteligencia a una lectura de datos o a la aceptación de formas predefinidas, es necesario subrayar que elsaber requiere libre acceso a la información, pero también capacidad de eliminar el «ruido» de lo insignificante. Más que almacenar, lo decisivo es interpretar la información. El problema no es la disponibilidad, sino la valoración de la información (su grado de fiabilidad, pertinencia, significación, el uso que de ella puede hacerse).
El conocimiento que se atiene a lo concreto más que a lo general tiene una fuerte dimensión intuitiva. Desde el imperialismo de las ciencias de la universalidad, la intuición interpretativa ha sido presentada como una forma menor de conocimiento, cuando no algo completamente irracional. Pero la experiencia nos muestra que no es sensato prescindir de estos modos de conocimiento, especialmente en contextos de gran complejidad. Si pensamos en casos como la crisis provocada en buena medida por la matematización de la economía o en los desequilibrios ecológicos que implican ciertas tecnologías, lo que tenemos es un cuadro muy contrario: las pretensiones de exactitud han dado lugar a decisiones irracionales y solo las culturas de interpretación (esos entornos críticos en los que se interroga por la inserción social de las tecnologías, se discuten sus aplicaciones sociales, se hacen valer criterios éticos y políticos) han conseguido corregir su inexactitud social. La intuición interpretativa que practican las humanidades tiene un enorme valor epistemológico, heurístico y prudencial en espacios de gran incertidumbre (como son los de las sociedades contemporáneas).
Cuando las certezas son escasas, hacerse una idea general es más importante que la acumulación de datos o el examen pormenorizado de un sector de la realidad. Las interpretaciones generalistas orientan mejor que el saber especializado. Esta es la razón por la cual lo más demandado es adivinar el futuro. Las preguntas más inquietantes que nos planteamos tienen que ver con el posible devenir de las cosas (¿cuándo saldremos de la crisis?, ¿cómo va a evolucionar el terrorismo?, ¿de qué manera se comportarán los electores?). El saber de mayor utilidad no es el que se refiere a una utilidad inmediata o sectorial, sino el que permite hacernos una idea general de lo que va a suceder y gracias a lo cual podemos poner en marcha operaciones tan importantes como anticipar, prevenir, favorecer o asegurar.
La interpretación tiene además un especial valor en contextos dominados por la rapidez y el automatismo. Vivimos en unas sociedades en las que los flujos comunicativos nos atraviesan permanentemente. Pues bien, esa sociedad de flujos requiere filtros para evitar ser arrollado por la información sin sentido o el cliché banal. La verdadera soberanía epistemológica consiste en interrumpir, no reaccionar mecánicamente, no responder rápidamente al mail, resistir contra la aceleración, escapar del esquema estímulo-respuesta, no contribuir ni al pánico ni a la euforia, establecer una distancia, una dilación, posponer la respuesta y posibilitar incluso algo nuevo e imprevisible. La inteligencia y la libertad subjetivas necesitan constituirse, especialmente hoy, como centro de indeterminación e imprevisibilidad.
¿Tiene todo esto algún valor político especial? ¿Cómo se traduce políticamente la cultura de la interpretación? ¿En qué sentido puede afirmarse, como lo hace Martha Nussbaum, que la democracia necesita de las humanidades? Podemos entender esa aportación precisamente a partir del valor político de la interpretación. Nuestro destino colectivo está íntimamente ligado a la capacidad de interpretar nuestros hábitos cotidianos y nuestras necesidades, depende más del acierto a la hora de interpretar qué es una vida propiamente humana que de manejar los datos observables.
Si concebimos nuestras sociedades democráticas como sociedades que se interpretan a sí mismas, entonces tenemos mayores posibilidades de escapar del paradigma dominante que entiende la sociedad del conocimiento como el encuentro vertical entre los expertos y las masas. Puede entenderse la democracia como aquel sistema político que parte del presupuesto de que todos somos intérpretes. La sociedad es la puesta en común, frágil y conflictiva, de nuestras interpretaciones, algo más democratizador que la sumisión a unos datos supuestamente objetivos.
Contra el automatismo de los lectores, la idea de una sociedad de los intérpretes es más discontinua, compleja y conflictiva. A una sociedad así entendida no le corresponde una política entendida a partir del modelo de la mera gestión. Una política de la interpretación supone siempre abandonar los lugares comunes, reconsiderar nuestras prioridades, describir las cosas de otra manera, formular otras preguntas… Frente a esta indeterminación democrática, todos los sedicentes realistas han apelado siempre a los datos para impedir la exploración de las posibilidades. Pero sabemos que esto no es sino una forma sutil de poder que consiste en insistir en los datos sin cuestionar las prácticas hegemónicas a partir de las cuales se obtienen precisamente esos datos y no otros. Esa dimensión crítica de la interpretación la hemos aprendido en el cultivo de eso que llamamos humanidades, que son, por cierto, la mejor educación para la ciudadanía.
Publicado en El país, 16/11/2010
Muere Luis García-Berlanga
El plan del Gobierno británico en la Universidad, que tanto agrada a Mariano Rajoy
La nueva Europa
La reunión del 28 de octubre en Bruselas de los jefes de Estado y de Gobierno de Europa constituyó un giro importantísimo en la evolución de la construcción europea. En realidad, las decisiones clave se tomaron en la reunión previa en Deauville el 18 de octubre entre Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. Estas decisiones pretenden restablecer el orden en la zona euro y acabar con las divergencias presupuestarias cada vez más peligrosas entre los países que acaban de salir de la recesión y los que siguen estando metidos en la tormenta.
Tres medidas esenciales fueron adoptadas: primero, no habrá reforma estructural de los tratados, sino solo una ligera modificación para introducir un mecanismo de rescate en caso de crisis, o sea legalizar la creación del fondo de rescate acordado este año entre los socios europeos para ayudar a los Estados con dificultades. Todos los socios estaban de acuerdo para introducir este mecanismo, pues la crisis demostró la rigidez del Tratado de Lisboa. El compromiso consensuado corresponde fundamentalmente a las exigencias de Alemania y Francia, aunque los dos países no comparten la manera en la que habrá que afrontar la crisis mundial. Esta divergencia ocultada en Bruselas aflorará a la hora de decidir sobre la reforma del sistema monetario internacional en la próxima cumbre del G-20, presidida por Francia.
En Bruselas, se aceptó el mecanismo de rescate pero se rechazó la idea alemana, apoyada según lo consensuado en Deauville por Francia, de suspender el derecho de voto a los socios incapaces de cumplir con los requisitos del Pacto de Estabilidad. Pero Alemania consiguió no modificar la cláusula que prohíbe jurídicamente la existencia de un mecanismo de rescate. Aunque una mayoría de Estados lo hubiera admitido, Merkel lo rechazó alegando que tanto el Bundestag como el Tribunal Constitucional alemán nunca aceptarían dicha modificación. Eso es porque Alemania, Francia y otros países del norte consiguieron que el plan de rescate actual sea por tres años (hasta 2013) y que deba contar con el apoyo no solo de los Estados de la Unión y el FMI, sino también con una participación de los bancos privados. El presidente del Banco Central, el señor Trichet, atacó esta decisión, pero fue criticado de manera tajante por el presidente Sarkozy, quien salió en defensa de lo acordado con Merkel. Curiosamente, y es una muestra de la profundidad de la crisis, hemos visto a unos jefes de Estado de izquierda de los países más afectados pedir indulgencia para los bancos y proclamar su apoyo a Trichet, mientras que los principales líderes conservadores pedían la participación del sector privado financiero en el esfuerzo global. Se trata, por supuesto, de una inversión dictada por las circunstancias: estos Estados, sobre todo España, Grecia y Portugal, no quieren enfrentarse a los bancos porque necesitan préstamos en los mercados financieros.
El significado de este compromiso es muy importante para el porvenir de Europa. Hay por lo menos cuatro puntos que destacar. Uno: el periodo del plan de tres años supone que va a resolver los problemas de los países insolventes. Pero ¿qué va a pasar si eso no funciona? Alemania dejó claro desde el año pasado que no va a aceptar una modificación estructural de las reglas del juego en la zona euro, porque no quiere debilitar su referente histórico: el marco. Ahora bien, las medidas de ayuda se acompañan de «reformas» presupuestarias en los países concernientes que no van a contribuir al relanzamiento de las economías. O sea, es más que probable que dentro de tres años haya que renegociar todo. Dos: el acuerdo debilita a la Comisión, al Parlamento Europeo y al Banco Central, pues concentra la toma de decisiones en las manos del Consejo Europeo. Además, el presidente de Europa, Van Rompuy, está relegado a un papel técnico e incluso no fue invitado a Deauville. Tres: la crisis ha puesto de relieve el carácter directivo del eje franco-alemán. Más: hubo una alianza entre Reino Unido, Francia y Alemania para rechazar la demanda de aumentar el presupuesto europeo. Cuatro: de todo esto sale reforzado el papel de los Estados-nación, o sea de la cooperación intergubernamental en vez de la integración virtualmente federalista. Esta tendencia va a configurar el retrato de Europa en el nuevo ciclo que se está abriendo con la crisis financiera. Dicho de otro modo: Europa vuelve a la realidad; las desilusiones van a ser amargas…
SAMI NAÏR ( El País, 06/11/2010)