La promesa del feminismo

igualdad_de_genero_348430251Cuantos más derechos empoderen a más mujeres, más democrática será la sociedad

El motor de la historia siempre fue la lucha de clases, pero Engels le prestó atención a la problemática de género. En su lectura, el cambio económico —la transición a la sociedad agrícola y la propiedad privada— fue acompañado por el paso del matriarcado primordial a un patriarcado represivo. Veía la opresión de género, sin embargo, como el resultado de relaciones sociales ancladas en el régimen de propiedad privada, régimen que incluía (o incluye) a la mujer como mercancía. La explotación de la mujer por el hombre es análoga a, y derivada de, la explotación del proletario por el burgués. La sociedad sin clases resolvería ambos conflictos de manera simultánea.

Engels fue un proto feminista y, como tal, limitado. La problemática de género no echó raíces profundas en el marxismo clásico, tal vez por el desproporcionado peso analítico del concepto de clase y por ser un sub producto de ella. No fue sino hasta la posguerra que el feminismo levantaría vuelo como genuino campo de estudio dentro del marxismo y como generador de acción colectiva. Ello especialmente cuando muchas voces feministas apoyaron el comunismo; la de Simone de Beauvoir, entre las más notables.

Hasta allí seguían a Engels. La debilidad más importante de esta posición, sin embargo, fue que, avanzado el siglo XX, quedó claro que la emancipación proletaria no significó la automática emancipación de la mujer. En realidad, ni mucho menos. En otras palabras, el socialismo realmente existente emparejó, aunque no igualó, el ingreso entre mujeres y hombres. En todas las otras áreas de reivindicación de género—derechos civiles, representación política, autonomía, derechos culturales e identidad—la mujer permaneció tan subyugada como en el capitalismo.

La democracia podrá ser burguesa, pero sobre todo es “masculina”

En los setenta, a medida que la izquierda europea se distanciaba de Moscú, el feminismo desanduvo el camino del marxismo ortodoxo, por cierto que también el del estalinismo. Con el Eurocomunismo, hasta las versiones feministas más radicales se reconciliaron con la idea de ciudadanía, constitucionalismo y democracia, aunque ello significara incluir al capitalismo en la ecuación. Independientemente de sus múltiples vertientes teóricas, el feminismo se constituyó así en un esfuerzo pluralista de construcción de sociedad civil: un espacio autónomo de deliberación y agregación de intereses e identidades que no son reducibles a la clase social.

Una sociedad civil diversa se expresa, además de clase, en identidades étnicas, religiosas, de orientación sexual, de género y, por supuesto, en la superposición de todas las anteriores, una realidad que la agenda feminista fue de las primeras en reconocer. Esta agenda también ayudó a entender que en sociedades complejas, la noción de minoría no es un concepto cuantitativo. Por el contrario, tiene que ver con desigualdades en la asignación de recursos materiales y asimetrías en la distribución de recursos simbólicos. Las mujeres, un grupo numeroso, no obstante han sido históricamente perjudicadas en lo material y en el reconocimiento social. Articulan por ello demandas capaces de representar a cualquier minoría, no solo a una minoría de género. El feminismo está naturalmente equipado para la democracia.

Estas intuiciones teóricas coincidieron con la tercera ola, las transiciones en Europa del sur, América Latina y Europa postcomunista, en ese orden cronológico. Si bien de manera fragmentada e insuficiente, sirvieron para orientar la práctica de la democratización. Hoy sabemos bien que en políticas de alivio a la pobreza, el subsidio debe llegar a la mujer para garantizar que llegue a los niños. Y en materia de ciudadanía, sabemos que nada tiene tanto efecto cascada como ampliar derechos de género. Es que la democracia podrá ser burguesa, pero sobre todo es “masculina”.

En este sentido, las reivindicaciones de género siempre se traducen en demandas por ciudadanía democrática; unifican conceptualmente esta misma noción. No es solo derechos sociales: igual salario por igual trabajo, en palabras de Patricia Arquette en los Oscars (¡y esto en una sociedad postindustrial!). También incluye más derechos políticos —cuotas, representatividad— e igualdad de derechos civiles en temas donde el clivaje se define por el género: propiedad marital, divorcio, derechos reproductivos. Y, finalmente, la ampliación de derechos culturales, aquellos que definen una identidad de manera endógena, por la subjetividad del actor.

En una época en la que los partidos políticos experimentan una visible erosión de la confianza social y la democracia liberal es fuente de desencanto, tal vez su mayor esperanza esté radicada en la agenda feminista. Cuantos más derechos empoderen a más mujeres, más democrática será esa sociedad. La gran promesa feminista, en definitiva, reside en sus externalidades positivas. En el camino de ampliación de derechos—es decir, un camino democratizador—ganamos todos, no únicamente las mujeres.

Twitter @hectorschamis

Monjas y reinas son las únicas mujeres visibles para la historia oficial

mujer historia

Los manuales omiten, casi por completo, qué les ocurrió a ellas en los momentos históricos que se estudian, o en cuáles de éstos participaron

“Las mujeres no aparecen porque el modelo de género las excluía del ejercicio de poder y la toma de decisiones”, dice Henar Gallego, de la Asociación de Investigación de Historia de las Mujeres

Se dice que la historia la escriben siempre los vencedores. Un gran número de filósofas, pensadoras e historiadoras le añadirían al final de esta frase dos puntos para incluir dos palabras más: los hombres. ¿Por qué el imaginario colectivo asocia casi de manera irracional la conquista de derechos, los avances científicos y técnicos, las guerras o las revoluciones con las aportaciones masculinas? ¿Es que las mujeres no participaron de los periodos más determinantes para la humanidad?

Lo cierto es que los procesos sociales y políticos se han contado obviando a la mitad de la población. Para la mayoría no es fácil dar una lista de pintoras, músicas, filósofas o inventoras destacadas. Resulta difícil conocer a través de los libros de texto y manuales de estudio qué les ocurrió a ellas en los momentos históricos analizados, o en cuáles de éstos participaron.

La obra Emilio, de Rousseau, por ejemplo, se estudia como un tratado de referencia sobre la educación sin añadir que a las mujeres les reserva un capítulo en el que afirma que están hechas especialmente para complacer al hombre. Tampoco se cuenta que cientos de mujeres fueron soldados en la guerra civil norteamericana o que en la española fueron muchas las guerrilleras que vivieron en la clandestinidad e incluso que algunas dirigieron columnas de milicianos.

Para María Castejón, historiadora y profesora del Campus Relatoras, esto es fruto “de la sociedad patriarcal y androcéntrica en la que vivimos, que toma al hombre como medida de todas las cosas”. La de las mujeres es una historia invisibilizada que aún permanece en la sombra. De hecho,  un estudio publicado por la Universidad de Valencia revela que sólo el 7,5% de las figuras que aparecen en los libros de ESO son mujeres, lo que de acuerdo con su autora Ana López-Navajas, “es una grave carencia colectiva”.

Henar Gallego, presidenta de la Asociación Española de Investigación de Historia de las Mujeres, considera que la historia tradicional se ha interesado solo por determinadas esferas de actuación de las comunidades humanas: el ejercicio del poder político, religioso, económico y el dominio del espacio público. Por ello, si se escribe la historia desde esta perspectiva “las mujeres no pueden aparecer porque el modelo de género las excluía del ejercicio de poder y la toma de decisiones”. No es hasta los años 60 y 70 del siglo pasado cuando surge la necesidad por parte de historiadoras feministas de recuperar la memoria histórica de las mujeres.

Democracia, pero sin ellas

Pero si una etapa es reveladora en este sentido es la Revolución Francesa de 1789, momento fundacional de las democracias modernas en Occidente, en el que se firma un nuevo contrato social y se proclama la igualdad universal. Pero, ¿igualdad para quién? La Revolución traicionó a las mujeres, que fueron excluidas de la vida política y social y condenadas a la eterna minoría de edad.

La historia ha ignorado que fueron expulsadas de la Asamblea Constituyente y que se votó en contra de educar de manera igualitaria a niños y niñas o de conceder a las mujeres derechos políticos. Tampoco se recuerda que las mujeres tuvieron un papel protagonista en la Marcha sobre Versalles y se organizaron para redactar losCuadernos de Quejas dirigidos al rey Luis XVI. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que se conmemora anualmente y no incluía a las mujeres, tiene su réplica en la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, pero ¿muchas personas podrían nombrar a su autora, Olympe de Gouges?

Según la filósofa Ana de Miguel, es importante remarcar dos de las vertientes en las que la historia se olvida de ellas: por un lado se oculta que las mujeres han estado sometidas y han sufrido opresión por parte de los hombres y por otro, se obvian las luchas feministas que ellas han enarbolado a lo largo de los siglos. “Ignorar ambas cosas hace que parezca que no han existido”, comenta. Castejón añade que tampoco se cuenta el protagonismo y presencia que ellas han tenido en los momentos de desarrollo de la civilización ni se recuperan figuras femeninas de relevancia. Sostiene que “antes del siglo XIX, las que han pasado a ser célebres, son únicamente monjas y reinas”.

Las mujeres que sí ha rescatado la narración oficial están relacionadas con los “poderes establecidos como la Iglesia y la Monarquía”, afirma Sara Sánchez, fotógrafa e investigadora de historia de las mujeres. Por tanto, dice, cualquiera que destacara sin someterse a ellos o intentara derrocarlos ha sido obviada e ignorada. Otra de las explicaciones que ofrece Sánchez es que los famosos roles de “genio” y “musa” tampoco han contribuido a la igualdad, pues ha relegado a las mujeres a ocupar un papel pasivo, “a ser un objeto bello que solo sirve para el deleite visual masculino”.

Referentes olvidadas

Son muchas las mujeres que han hecho aportaciones en todos los ámbitos de estudio y creación. Científicas, matemáticas, filósofas, pintoras, músicas o políticas que con sus obras, descubrimientos e ideas contribuyeron al progreso de la Humanidad. Hipatia fue una alejandrina que vivió entre lo siglos IV y V y logró innumerables avances en el mundo de la ciencia, la astronomía y las matemáticas. Los trovadores de la Edad Media siempre han sido considerados hombres, sin embargo también hubo trovadoras. Beatriz de Día fue una de ellas. Escribió poemas contra las reglas que regían la vida de las mujeres de la época.

Christine de Pisan fue una importante poeta y escritora y Mary Wollstonecraft, ya en el siglo XVIII, escribió la Vindicación de los Derechos de las Mujeres. La francesa Flora Tristán es una de las precursoras del socialismo en el siglo XIX y a Ada Lovelance se le considera la madre de la informática, pues es la primera persona que describe un lenguaje de programación.  El limpiaparabrisas y la calefacción del coche, la balsa salvavidas, la jeringa médica o la tecnología de comunicación inalámbrica son todas invenciones de mujeres.

Estudiar la historia con perspectiva de género nos permite identificar las relaciones de poder, que siempre se han dado de forma desigual entre hombres y mujeres

La lista es larga y nombrarlas a todas sería imposible. Pero, al margen de los nombres de mujeres relevantes olvidados, también se produce una invisibilización de ellas como colectivo, de sus actividades y de sus movilizaciones para cambiar el orden social establecido. Si hay un movimiento ninguneado por la historia es el feminismo. Las raíces ilustradas, el sufragismo, el feminismo socialista o el feminismo radical no son contenidos habituales que se den en las aulas, más allá de unas pocas asignaturas específicas que se imparten en algunas universidades. Aun así, en opinión de Ana de Miguel, “no hay voluntad general para hacerlo, sino que depende de la existencia de mujeres con poder para que esta temática se incorpore a los planes de estudio”.

De acuerdo con Henar Gallego, esta es una “historia parcial y empobrecida”. Sin embargo, comprenderla de forma completa va mucho más allá de una cuestión de conocimiento. Estudiarla con perspectiva de género nos permite identificar las relaciones de poder, que se han dado de forma desigual entre hombres y mujeres. Y es que ser conscientes del pasado ayuda a identificar lo que ocurre en la actualidad.

Sobre esta idea insiste De Miguel, que explica que hacer una relectura de la historia sirve para poner nombre a los problemas de desigualdad y violencia que enfrentan las mujeres hoy en día. “Que no estemos representadas en los parlamentos o en los puestos de responsabilidad de las empresas, que siga existiendo la violencia de género o que la mujer siga encargándose de los cuidados no responde a un problema de naturaleza: es que venimos de una historia de opresión y sometimiento, que hay que recuperar y conocer”.