El PSOE ante la monarquía: desde la posguerra a la transición

picABDÓN MATEOS, Catedrático de historia contemporánea en la UNED y director de la revista Historia del Presente

La oposición antifranquista, (desde 1947 el PSOE, y a partir de 1956-57, comunistas, republicanos liberales y nacionalistas del exilio) propugnó una transición guiada por un gobierno imparcial (sin signo institucional y, por tanto, sin prefigurar la forma de gobierno por una regencia o una restauración previa), que consultara al pueblo mediante un plebiscito o unas elecciones a cortes constituyentes.

Solamente, a partir de la creación por el PSOE de la Plataforma de Convergencia Democrática en 1975 fue silenciada esa exigencia, que además implicaba el voto republicano.
En cualquier caso, a partir de 1961 el PSOE y la Unión de Fuerzas Democráticas que reunía con ellos a republicanos liberales, democristianos y nacionalistas, aceptó como positiva frente a la dictadura franquista una salida de monarquía constitucional que restaurara las libertades, sin implicarse en ese proceso de transición, claro está.

Es cierto que ya en 1947 se discutió la posibilidad de una regencia provisional y que Indalecio Prieto llegó a escribir una carta al Pretendiente. En 1962 en Múnich, Rodolfo Llopis llegó a decir en privado que le parecía bien una restauración parlamentaria y, por tanto, esto implicaba una aceptación tácita de la monarquía. El PCE de Carrillo terminó asumiendo la fórmula del PSOE en el momento de la creación de la Junta Democrática. Sin embargo, eso no se incluyó nunca como declaración pública del Partido y se siguió propugnando una república federal, incluso en Suresnes. A partir de 1970, la cuestión institucional perdió relevancia en el debate político, asumiéndose que la monarquía iba a ser la salida de la dictadura. El que fuera secretario del partido hasta 1931, Andrés Saborit, y el presidente de la república en el exilio, el socialista Luis Jiménez de Asúa, especulaban al inicio de los años setenta sobre que «Juanito» podría conducir a España a la democracia.

Felipe González, primer secretario del PSOE desde el Congreso de octubre de 1974, sostuvo conversaciones en la segunda mitad de 1975 y, tras la muerte de Franco, con diplomáticos americanos, en las que aseguraba que el partido no sería un estorbo a una transición democratizadora guiada por Juan Carlos I. Sin embargo, esa postura no se defendió públicamente y, solamente, en el momento de las elecciones de junio de 1977, empezaron a abundar las declaraciones promonárquicas aunque todavía se sostuviera un voto particular republicano en la comisión constitucional.

Por ejemplo, días antes de las elecciones, Felipe González señalaba:

“En las próximas Cortes el artículo primero tendrá que decir cuál es la forma del Estado inexorablemente. Si no es en las próximas Cortes, ese problema se va a producir. En este momento, en esta coyuntura, la Monarquía tiene la oportunidad histórica de ser ampliamente refrendada, pero además respetando que haya opciones que no sean las opciones monárquicas. No se trata de hacer un fanatismo republicano y antimonárquico, se trata de que cada uno entiende una forma de gobierno como más racional, y sea cual sea la forma de gobierno que resulte tiene que ser la que democráticamente el pueblo haya decidido, y este momento la inmensa mayoría del pueblo o una buena parte del pueblo, en todo caso mayoritaria, va a optar como opción o como exclusión por la Monarquía” (Ya, 29.5.1977)

En realidad, en agosto de 1977 se celebró una reunión de los dirigentes del partido en Sigüenza en la que Alfonso Guerra recomendó no dar prioridad política a la cuestión de la forma de gobierno. No obstante, Luis Gómez Llorente en la comisión constitucional del 11 de mayo de 1978 sostuvo que la “forma republicana del Estado es más racional y acorde bajo el prisma de los principios democráticos” aunque, también, matizó que “el Partido Socialista no se empeña como causa central y prioritaria de su hacer en cambiar la forma de Gobierno en tanto pueda albergar razonables esperanzas en que sean compatibles la Corona y la democracia”.

El voto particular socialista pro-republicano fue rechazado en la comisión constitucional, por lo que se decidió no llevar la propuesta al pleno del Congreso. Ningún otro partido, ni siquiera el PCE, apoyó dicho voto particular. Finalmente, el PSOE votó sí a la Constitución que establecía que España es una monarquía parlamentaria. Sin embargo, dada la correlación de fuerzas y los condicionantes de la transición, no se pudo celebrar un plebiscito sobre la monarquía ni siquiera un pronunciamiento explícito parlamentario sobre la forma de gobierno, como había defendido la posición política del partido durante los treinta años anteriores.

SÁBADO, 7 DE JUNIO DE 2014

Abdón Mateos es Catedrático de historia contemporánea en la UNED y director de la revista Historia del Presente

Su muerte y la mía no son patrimonio de la Iglesia católica

tanatorioSilvia Melero Abascal.Fuente: 21.

He esperado un par de meses para escribir esto. A veces me estallan por dentro las palabras y necesito expresar la indignación, desde la serenidad, pero con la contundencia que merece el asunto. En este Estado supuestamente ‘democrático’ y ‘aconfesional’ (no lo digo yo, lo dice la Constitución española), me he visto obligada a despedir a una de las personas más importantes de mi vida en una capilla católica, único espacio existente en un tanatorio municipal público (el de Getafe) construido con dinero de todos y todas y gestionado, cómo no, por una empresa privada.
Lo primero que quiero decir, aunque quizá sobre, es que respeto profundamente las creencias religiosas o no religiosas de los demás. Defiendo plenamente que cada cual despida a sus muertos con el ritual que quiera. Pero resulta que en este país los derechos de las personas no creyentes, agnósticas o ateas no están tan protegidos.
Me gustaría decir que mi no creencia, mi ideología, es tan importante como tu creencia. Mi no creencia se basa en ideas, en reflexiones, en sentimientos, en valores. Tengo la sensación de que esto a veces se olvida.
Ella no era creyente. Yo tampoco lo soy. Ella no quería símbolos religiosos ni rituales católicos. Pero los hubo. Porque no teníamos elección. Por motivos muy poderosos, el dolor y la tristeza no me hicieron perder la claridad de mi mente, ni la calma interior, así que intenté reconducir la situación varias veces. Paso al relato.
Lo del negocio de la muerte da para otro tema, pero escuchar que de un tanatorio a otro entre municipios vecinos hay una diferencia del doble de precio porque “esto es como las viviendas, cuanto más cerca de Madrid más cara la sala velatorio” no debería extrañarme, aunque me cuesta dar crédito. No debería extrañarme porque son los mismos, los que no tienen escrúpulos al especular con el hambre, con el derecho a la vivienda, con la muerte de las personas, con el dolor.
Luego viene la parte de elijan el ataúd. El más sencillo, claro, porque Ella quería ser incinerada y de estas cosas habíamos hablado. Y ahí aparece un extenso catálogo en el que todos tienen un crucifijo. Sin crucifijo, por favor. Le extraña, se lo repito, lo pone por escrito. Si después de pasar ese trago, nadie se molesta en leer los papeles es como para indignarse, sí. Al día siguiente Ella llegó a la sala del tanatorio en un ataúd con crucifijo. No sólo eso, cuando la metieron en la sala velatorio le pusieron detrás otro crucifijo, vertical, mucho más grande. Qué difícil es esto, pero hay que ir a decirlo. En recepción explico, a pesar de mi tristeza, con toda mi calma y mi educación, que lo pone en los papeles (en los mismos donde anotaron los datos bancarios), que por favor lo miren. No voy a describir la expresión de la recepcionista mirándome como si yo fuera un ser de otro planeta. Casi entra en estado de shock, pero llama a su responsable y finalmente dicen que cambiarán la tapa. Así fue, llegó una tapa sin crucifijo.
Como la sala velatorio individual se queda pequeña para tanta gente y queríamos hacerle la despedida que Ella se merece, pregunté por la sala grande habilitada para ello. Es una capilla católica. Único lugar disponible para reunir a familiares y amigos. Vale, no hay más opción. Por supuesto, eso se paga aparte. Ya tenemos hora y la reserva. Ahora me pregunta a qué hora queremos el servicio religioso. No, gracias, no queremos servicio religioso. Otra vez me mira como si me hubiera fumado algo. En las siguientes horas tuve que responder unas cinco veces a la misma pregunta cuando me buscaban por el tanatorio para repreguntarme: No, gracias, no queremos servicio religioso.
¿Es necesario todo esto? ¿Por qué la Iglesia católica sigue teniendo el monopolio, también, de la muerte? ¿Por qué no respetan que hay otras formas de vivirlo, que incluso en esto hay alternativas?
Si lo que les preocupa es que las personas no creyentes no sabemos despedir a nuestros seres queridos, quédense tranquilos. La despedida que le hicimos a Ella fue sencilla y hermosa. Un homenaje a la vida, al amor que nos deja. Sus amigas nos sacaron sonrisas entre lágrimas, con recuerdos preciosos. Varias personas me han dicho que salieron de allí con mucha paz. Fue nuestra manera, que no es mejor ni peor, es la nuestra, y me gustaría no tener que desgastarme tanto para poder elegir mi camino libremente.
Hace un año escribí sobre esto, tras volver de un tanatorio. Varias personas me contaron sus experiencias. Auténticas peripecias para no seguir los trámites establecidos porque sí. A mí no me vale eso de “es que siempre se ha hecho así”. Pues ahora se cambia, no pasa nada. Me consta que muchos amigos creyentes piensan como yo, son de la otra Iglesia, la de base, la rebelde, la que no tiene nada que ver con Roucos y Gallardones.
Se mezclan en estas dinámicas establecidas varias cosas: una clara herencia del nacionalcatolicismo, de la imposición de un credo. Aún no nos hemos curado de algunas cosas, esta sociedad ha vivido más tiempo en dictadura que en democracia. No hay más que ver cómo nos quieren imponer otro rey. Y esa educación católica pesa mucho también en cómo se vive la muerte, con el luto y los sentimientos de culpa sobrevolando por todas partes. Darse la libertad para vivir esto a tu manera es liberador. Hay, también en el duelo, otros caminos de diferentes colores. Pero ése sí que es otro tema.
Me cuentan que en el tanatorio de Fuenlabrada hay una sala multiconfesional con símbolos de las diferentes religiones. Bravo. Creando espacios amplios donde cabemos todas las personas. Pero, ¿y si no quieres que presida tu despedida ningún símbolo religioso? ¿Es tan complicado hacer una sala multiusos, libre, a disposición de todos los ciudadanos y ciudadanas de este país, en la que cada cual elija adecuarla o no a sus creencias o convicciones?
¿Me van a obligar a despedirme de mis seres queridos cuando me muera -y a que ellos se despidan- rodeados de símbolos religiosos, aunque para mí sea una decisión madura, legítima, libre, no hacerlo así?
La despedida tras la muerte es un acto civil. Como la celebración del nacimiento. Defiendo la libertad para que cada cual siga el ritual religioso que quiera. Lo defiendo firmemente. Por eso me gustaría que a buena parte de la ciudadanía de este país se nos permita acceder al mismo derecho.
Yo me quiero morir (y despedir) de otra forma. A ver si me dejan.