
«¿Cómo negocias con mano dura con tu banquero?». La secretaria de Estado de la Administración de Obama, Hillary Clinton, resume con una simple pregunta -en un cable datado a finales de marzo de 2009- el complicado equilibrio en el que se han convertido las relaciones entre la primera potencia del mundo y epicentro de la crisis financiera, Estados Unidos, y la gran potencia económica emergente, China. Pekín tiene unas reservas en divisas de unos 2,7 billones de dólares (unos dos billones de euros); tres cuartas partes de esa cifra están invertidos en activos denominados en dólares. Y casi un billón de dólares (algo así como todo lo que produce España en un año) directamente en deuda pública norteamericana. Con esos números, cualquier movimiento puede ser tremendamente desestabilizador. Pero en lo peor de la crisis financiera, Pekín garantizó a la Administración estadounidense que no iba a cambiar su política de compra de deuda pública norteamericana.